Los horarios en España deben racionalizarse

El mundo del trabajo está cambiando; es un hecho incontestable.

Podemos nombrar múltiples variables que así lo corroboran: la especialización en los puestos de trabajo, el aumento del trabajo freelance, el aumento de la robotización, la creación de organismos que velan por la responsabilidad social corporativa de las empresas que quieran llevar ese sello, la incorporación de la mujer al trabajo en todos los ámbitos, la creación de nuevos puestos de trabajo alrededor de la BigData… podría seguir porque la rapidez del cambio es asombrosa.

Sin embargo, en España, no hemos evolucionado con respecto a los horarios. Nos acostamos mucho más tarde que nuestros vecinos europeos, dormimos poco y mal (adultos y niños), alargamos la pausa para el almuerzo, salimos tarde del trabajo…

Los inconvenientes de este desorden horario son muchos, pero quisiera empezar por uno que me preocupa sobremanera: los horarios de apertura de los centros comerciales. Debido a lo anterior, muchas personas sólo disponen del sábado o del domingo para hacer sus compras y si optan por hacerlo entre semana esto supone que deben encontrar los comercios abiertos a las 8 de la tarde-noche. Me resulta totalmente inhumano que una persona que trabaje de cara al público en un centro comercial (desde una tienda hasta una peluquería) tenga que trabajar hasta las 8 de la tarde-noche días como el 24 o el 31 de diciembre. Debe renunciar a preparar cena de Navidad, o a dejarla preparada con antelación, llegar con el tiempo justo o depender de otros familiares. Me recuerda más a un sistema esclavista que al momento que estamos viviendo donde, supuestamente, buscamos el estado del bienestar…

Otro gran inconveniente es la dificultad para conciliar la vida profesional y la vida personal. Antes de trabajar por cuenta propia, en las empresas en las que trabajé, pude recoger a mi hija a la salida del colegio casi a diario. Eso sí, los madrugones y dejarla en atención temprana para yo llegar a las 8 de la mañana a la oficina, no se los quitó nadie. En casi toda mi vida profesional tuve horario continuo para una jornada de 40 horas a la semana, con total disposición para trabajar más cuando era necesario y sin dudar. Las personas que no pueden llegar a tiempo para recoger a sus hijos en el colegio necesitan que existan una, dos y hasta tres clases extraescolares diferentes para tenerlos en un entorno seguro hasta que sus padres los pueden recoger. Y ya se sabe la fatiga y el bajo rendimiento escolar que esto produce en los alumnos de nuestro país, por no mencionar los mejorables resultados académicos o el abandono de las aulas. En otros países de nuestro entorno, esto está más que superado: los horarios de los colegios y los horarios laborales favorecen no sólo la conciliación de la vida familiar y de la vida profesional sino también la corresponsabilidad: ya no es necesario que uno de los dos (normalmente la madre) reduzca sus aspiraciones profesionales para poder ocuparse de la familia mientras el otro progenitor trabaja en horarios interminables y totalmente incompatibles con la vida familiar.

Está más que demostrado, además, que la productividad (que es fácilmente medible) aumenta cuando los trabajadores pueden desarrollar su actividad profesional en un horario que se ajuste a sus necesidades, y digo esto porque conozco una persona que tiene un grave problema con el insomnio y tiene un trabajo a su medida: siempre trabaja de noche y duerme por el día.

Las necesidades de todas las personas que trabajan y tienen o desean tener familia son sencillas: poder conciliar y participar de manera corresponsable de la vida familiar. La flexibilidad en el horario no supone trabajar menos; al contrario, supone trabajar de manera más ordenada y mejor. Supone manejar sin estrés los imprevistos de la vida personal y también los imprevistos de la vida profesional. Supone, por ejemplo, en una oficina, tener un horario flexible de entrada entre las 8 y las 9, con una mínima pausa para comer un refrigerio en el puesto de trabajo y poder salir 8 horas y media después de la entrada. Supone tener menos distracciones, así como evitar la ruptura con una actividad compleja, para retomarla con la pesadez que sobreviene después de comer. Y, por si fuera poco, la persona lo valora dentro de lo que se llama «salario emocional», aquel salario por el cual estamos dispuestos a renunciar a una parte de nuestro salario económico.

En la actualidad, no podría decir cuántas horas trabajo durante la semana. Los autónomos estamos siempre trabajando, pensando, grabando notas de voz para no olvidar la última idea, soñando con nuestros proyectos… Todo esto es difícil de cuantificar. Llevo una jornada de trabajo totalmente normalizada, mis hijas van a colegio y guardería respectivamente, pero ante cualquier imprevisto, tengo la libertad de modificar mi agenda. En esta etapa en la que mis proyectos profesionales me absorben por completo y ocupan casi todo mi tiempo, hay una enorme diferencia: no tener que pedir permiso a nadie ante estas eventualidades.

Sin embargo, en esta España nuestra debo romper una lanza en favor de los empresarios, ya que no siempre es su culpa este disparate de horarios y la escasa flexibilidad. Tengo una amiga que trabaja para una empresa sueca con sede en Madrid. En Suecia, todas las personas disponen de una bolsa anual de horas reservadas para atender a los hijos cuando se ponen malitos. No es necesario pedir permiso, sino justificarlo con el volante de médico (o similar) en cuanto sea posible. Este permiso tiene un nombre (que ahora no recuerdo) y funciona de la siguiente manera: te llaman del colegio porque tu hijo está malito, antes de salir pitando hacia el colegio pones un cartelito en tu puesto de trabajo que indica que estás utilizando unas horas de esa bolsa anual, y en cuanto puedes, lo justificas… Pues en la delegación de Madrid de la empresa sueca de mi amiga, muchos papás y mamás cogieron la costumbre de poner el cartelito siempre los viernes por la tarde… tuvieron que suprimir la medida en su sede de Madrid. Este tipo de situaciones indeseables hace que muchas personas responsables no puedan acceder a condiciones flexibles de trabajo… La responsabilidad para el cambio, en definitiva, es de todos.

Como dice este artículo de El País y que recomiendo encarecidamente, «la racionalización de horarios influye en la productividad, sueño, salud e incluso en la igualdad de género». Habría que cambiar incluso algunas costumbres, para conseguir que a las 11 de la noche ya no hubiera nadie en la calle. Ni siquiera turistas. El debate está servido…

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